3 de octubre de 2011

La formación: enemiga de las crisis.



Escrito por Fran Carrillo Guerrero.
La Fábrica de discursos



Una vez, cierto experto en Coaching Executive, a la salida de un curso que impartimos mano a mano sobre oratoria política y tras detallarle del precio excesivo de algunas formaciones recibidas con anterioridad, me comentó: “Fran, no te preguntes cuánto cuesta la formación. Pregúntate cuánto te costará en la vida no tenerla”.

Esta respuesta, que tanto me hizo pensar entonces, debería resonar en la mente de todo emprendedor que se precie de serlo. Porque estas palabras resumen en líneas generales el paisaje empresarial que impera en el mundo. Aquellos que han optado por encontrar oportunidades y cambio en la crisis han desarrollado estrategias formativas que les van a permitir (o les están permitiendo) afrontar con mayores garantías su futuro más inmediato. Poseerán un valor añadido decisivo para la evaluación de esas empresas que ya no buscan lo mismo. Y lo mismo cabe decir de organizaciones que han aceptado el reto de la crisis. Otras, por el contrario, permanecen estancadas en la perplejidad de la excelencia engañosa, esa que nos hace parecer líderes en lo que hacemos, hasta que nuestro liderazgo comience a menguar tanto que finalmente desaparece, y con él la tan cacareada excelencia de la que presumíamos no hace tanto. Por eso reinventarse profesionalmente (también en lo personal, más importante si cabe) es requisito sine qua non para liderar con éxito los próximos proyectos laborales que afrontemos. Y esa reinvención pasa inexcusablemente por la formación.

El término formación viene del latín formatio, que significa dar una configuración o forma a algo o alguien. Si nuestra organización posee determinados valores, principios y objetivos que deben ser replanteados, reformulados (que no reformados) o retocados, es decir, reconfigurados, el proceso conlleva una capacitación extra que sólo vendrá de mano de conocimiento extra, excelente y exquisito para los fines que queramos alcanzar. Por ejemplo, en las formaciones que un servidor imparte para mejorar la oratoria y el discurso de sus amigos y socios, insisto en cinco principios básicos:

1)      No hay liderazgo sin conocimiento. Y puesto que el liderazgo debe ser global (desde el jefe hasta el último empleado), el conocimiento también debe serlo.
2)      Lo que no se comunica, no existe. Es decir, podemos diseñar un producto perfecto, que si no ensamblamos el discurso adecuado para proceder a su venta efectiva, no sirve de nada. Debemos comunicar lo que hacemos, y comunicarlo bien, con éxito y eficacia persuasiva.
3)      El aprendizaje es un eslabón más de la cadena de la formación. Los otros dos eslabones mágicos son la amistad, entendida como alianza y empatía establecida entre socios y clientes para remar juntos en la misma dirección: el objetivo final, y atrevimiento, que viene a ser el riesgo que debemos tomar para salir de la zona de confort y aventurarnos a creer en lo posible: que nuestro talento tendrá recompensa si lo respetamos con el esfuerzo añadido.
4)      La oratoria es una herramienta más en el camino imprescindible de la superación personal. No es ni mejor ni peor que otras como la conducta, la humildad, la creatividad o el carácter innovador, pero sí es la que estructura y reúne a todas ellas en el mismo cofre de la superación. Es una herramienta de vida.
5)      El discurso no es el inicio ni el final de nuestro camino como oradores. Es el camino en sí. Un trayecto por el sendero de la felicidad que nos hace mejores personas si edificamos emociones a través de la sonrisa, si cambiamos hábitos mediante la transmisión de percepciones positivas y si generamos talento por la puesta en conocimiento de todos los que nos rodean del mejor tesoro que podemos poseer: nuestro magisterio en aquello que profesamos y que adquirimos gracias a la formación continuamente recibida.

Por ello, al formarnos como profesionales y desarrollarnos como personas nos diferenciamos, ese requisito indispensable para poder competir al menos en igualdad de talento (aptitud) y compromiso (actitud). Porque la formación no debe ser una meta, puesto que debemos seguir caminando siempre, aunque debe haber objetivos en cada cota de trayecto alcanzada.

En España y en la mayor parte de Latinoamérica aún no hay un compromiso serio con el desarrollo de las organizaciones ni de nuestra marca personal. En ambos hemisferios tenemos un cierto déficit a la hora de vender y comunicar nuestro producto, sencillamente porque no hay una política de compromiso con el entrenamiento y la formación de habilidades esenciales. No sabemos, así de simple. En el caso de la comunicación, exportamos aquello que somos, no aquello que queremos ser. Esto último requiere de metodología precisa. Como afirma certeramente Juan Carlos Cubeiro, el gran referente del liderazgo y desarrollo de talento en España, “Comunicamos lo que somos, y valemos lo que comunicamos… Sin embargo, no nos ponemos en valor como debiéramos”. El cambio y el liderazgo pasa por las alianzas, el trabajo en equipo y la venta efectiva de lo que hacemos de forma diferente a como lo veníamos haciendo. Concluye Cubeiro, “por otra parte compañías punteras, innovadoras, a nivel mundial, apuestan por “ser un equipo”, el liderazgo de verdad y el coaching. Sí, hay ganadores y perdedores”. Más claro, imposible.

Si queremos ser un referente en el futuro, si queremos que nos escuchen, que nos aplaudan, que sepan de nosotros, que nos sigan. Si queremos aportar cambios al mundo…Empecemos por cambiar nosotros y nuestras organizaciones. Sellemos un compromiso con nuestro talento y un pacto de lealtad con nuestras legítimas y sanas ambiciones. Ese el objetivo de toda formación. Esa debería ser nuestra verdadera meta.

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